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miércoles, 19 de octubre de 2011

Vendo mi casa


Como lo lees. Vendo mi casa, entera. Está muy bien situada, cerca del centro. Cerca de la estación de autobuses, donde alguna que otra vez recibí tu sonrisa y tus besos.
Tiene balcones que dan a una iglesia, desde los que tú y yo siempre veíamos nuestra boda que jamás llegó, que jamás llegaría. Y tiene dos dormitorios, con camas pequeñas donde hemos hecho el amor hasta reventar. Por supuesto, las sábanas están limpias, no soportaría el olor a ti, a tu piel, a tus besos durante tanto tiempo. Nadie que entre aquí lo soportaría. Las habitaciones huelen un poco a dolor, sobre todo el dormitorio grande, pero es cuestión de ventilar los cuartos un tiempo y pasará.
Como casi todo, dale tiempo a que cicatrice. La casa también te echa de menos. Hay un salón muy grande, está casi nuevo. Puedes vaciar los cajones, yo no me atrevo. Están llenos de mis errores, de mis errores contigo. No los he tirado porque no caben en una simple papelera, alquila un camión con destino al pasado, yo me encargo de pagar el viaje. Y llévate también las flores marchitas de la terraza, el olor a podrido de esta relación se refleja en ellas y me da alergia. Nos han acompañado durante todo el camino, sonrieron y lloraron con nuestra relación y ahora que toda esta farsa ha terminado, se han secado. ¿No da miedo? Tiralas.
También hay una cocina, como en todas las casas. La nevera está vacía, nosotros siempre comíamos fuera. ¿Recuerdas? De aquí para allá, donde encontrábamos. Por eso está casi nueva; de hecho, creo que es lo único que ha sobrevivido a nuestra relación. Cuando veas la cocina, encontrarás aquel montón de post-it de colores pegados en el mueble donde guardo el atún. No los tires. Embálalos y mándalos a un mundo donde la gente nunca termine lo que empieza. Son promesas que algún día cumpliríamos. Promesas que nunca cumplimos.
Los cuartos de baño no son nada del otro mundo. En la ducha también hemos hecho el amor, como animales. Hay alfombrillas porque cuando se quiere con todo el amor resbala y duele. Puedes usarlas. No huelen a nada. Lo bueno del agua es que lo limpia todo, se lleva consigo cualquier cosa y te permite recrearte en la marcha de lo bueno de la vida por el desagüe. Por eso es tan grande, me gustan los cuartos de baño amplios, donde uno pueda llorar a gusto en el suelo y mirarse al espejo sin miedo a tropezar con algún mueble.
Y por último, que debería haber sido lo primero: el recibidor. El teléfono sin la luz encendida. Porque aún no me has llamado. Aún funciona, no me he atrevido a desconectarlo. Por si te equivocabas y marcabas mi número. Así que ya sabes, cógelo siempre y si preguntan por mí, aunque haya pasado una eternidad, dile que estás a tiempo, que aún no te olvidé. El paragüero está vacío, a ti siempre te gustó calarte de lluvia hasta los huesos y a mi no me importaba.
Por último, la mirilla. No la utilices. Está medio rota. Falta un soplido para que acabe de caer. Ha visto demasiadas cosas. No la hagas partícipe de ninguna relación, no es tan fuerte como aparenta. No lo aguantaría. Y bueno... Eso es todo. Yo no volveré por aquí. No puedo.
Ya hablaremos del dinero, ya me contarás que tal te va. Toma la llave. Es tuya. Cuídala, por favor. Y no invites a nadie de quien puedas enamorarte o no durarás mucho por aquí .

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